Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

jueves, 31 de marzo de 2016













La primera y única vez que la vi fue en el aeropuerto de Zaventem. Tenía la mirada ausente y el rostro descompuesto de todo aquel que, habiendo llevado una vida pacífica, de pronto, sin esperarlo, recibe en sus carnes una descarga de genuina violencia. Había algo indecoroso, de una morbidez malsana, en su maltrecha figura, algo que te llevaba a preguntarte quién habría podido sacarle una foto en semejante estado de postración y abatimiento, una foto que, sin duda, ella no habría consentido que le tomaran –ni ella ni nadie, quiero suponer–. Pero debía de estar tan aturdida por el horror que con tanta fuerza le había golpeado, tan desorientada y fuera de sí, que con toda probabilidad no era consciente de lo que sucedía a su alrededor. Aquella mirada extraviada, de incredulidad, pánico y desconcierto, daba fe de ello. El caso es que llevaba una chaqueta amarilla rasgada, o, para ser más precisos, totalmente rota, desgarrada del cuello hasta el ombligo, con una escueta sujeción que le pendía de la espalda a guisa de torera, y así dejaba a la vista la impudicia de su vientre desnudo, donde sobresalían unos pliegues adiposos, junto con el sujetador. Estaba recostada entre dos sillas metálicas de ésas que uno espera encontrar en los aeropuertos y que parecen diseñadas para que nadie se acomode demasiado tiempo en ellas, y tenía un pie descalzo y el otro a medio calzar, ambos inertes como remos. Un hilo de sangre le cruzaba la cara todo a lo vertical, y tenía el pelo revuelto y espolvoreado por una nube blanca y granulada como harina. A su derecha, una chica joven, mucho más entera de cuerpo y de ánimo, pero con la mano y el puño del suéter ensangrentados, hablaba por el móvil, seguramente para tranquilizar a su familia. No parecía preocuparse de la mujer que tenía justo al lado en tan lastimoso estado, ni siquiera ser consciente de su existencia, aun cuando casi podían tocarse, y de hecho daba la sensación de que las dos estaban en planos distintos de la realidad, cada una encerrada en su burbuja, en el reducto más inaccesible de su individualidad.

Aquella mujer desconocida, la de la chaqueta amarilla, copó todas las portadas de los noticieros y de los tabloides –también de los sensacionalistas– y fue, sin quererlo, la viva imagen del terror y de la barbarie terrorista, la protagonista involuntaria de los atentados de Bruselas. Días más tarde, como por casualidad, supe que se llamaba Nidhi y que era azafata y de nacionalidad india y, lo que es más importante, que estaba bien.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 27 de marzo de 2016

y me sé tan distinto como se puede ser siendo uno mismo
Pere Gimferrer

A veces me adentro en la bruma misteriosa
de tu bosque encantado
tomando lo irreal por lo fantástico
para hacerme con tu lengua muerta
un nido donde en silencio reposar.
Y en la espesura visceral de este silencio,
retorcido el espinazo como un cáñamo,
mientras se levantan, insurrectos,
los pájaros protervos del acero,
aguardo mutilado por la espera
–una señal, un augurio, un rayo calafateado–,
como el cuerpo que se apresta a la batalla.
Así me dejo intrigar por el esplín de las libélulas
y su mayéutica de lanza en astillero, y el crepúsculo
silba como en una balada del Oeste, y el horizonte
se abre al rojo telar de la carne como un índice onomástico.
Contigo o sin ti, la persona que fui ya dejó de serlo.
Exiliado estoy en la soledad de tu tierra baldía
con la algente caricia del pasado, a solas
meditando, cual estrella transida por el líquido metal.
Quién pudiera solazarse en el musgo
de tu roca.
Quién pudiera en su sombra eviscerada
una astilla de luz tallar.
Mientras la luna iniciática se apodera poco a poco de mi piel
ambarina con su frío instinto de reciario, tus árboles
me van hablando muy quedo y amorosamente
al oído bajo sus guedejas marfileñas
que el viento a ráfagas sin piedad remeje
y cimbrea, y es su voz espuela a mi oquedad,
una galería de silfos y un pasadizo de tórtolas
donde sé que algún día yo habré de perderme.
Entonces un águila cae rodando a mis pies
alanceada del mismo cielo prodigioso
que antes a mí me diera enquista vida
con acólita presteza. El rapaz
cae desmayado con sus lacias y ocres plumillas
en mortal caída cual áspid que atrofia, colmillo
centelleante, la sombra del cuévano
y el pecho lactante; y al de esta suerte perecer,
en un último y fatal resuello –el pico cóncavo
del miedo–, con tan gemebundo lamento
que sacude las hojas indoloras
de mi querer insatisfecho, se le cierra
lenta y armoniosamente el torvisco ojo de pecio,
y así se nos alumbra la mística del sueño
con todas las preseas de un amor dilecto.
Uncido, pues, a este yugo celestial
por una crestería de luces famélicas
yo te impreco y yo te imploro, a ti que nunca
mis oraciones quisiste escuchar, ni aun de niño:
Dame algo que pueda abrazar la magnitud física de este sueño.
Dame algo que pueda rastrear en la virtud enmarañada de tu dédalo.
Dame paz o dame muerte.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 21 de marzo de 2016

Háblame del amor en invierno,
de los fríos mares sin océanos,
de cómo sin alas aprendiste a volar.
Háblame del espacio en movimiento,
de los lejanos astros que titilan a lo lejos,
háblame temprano en esta noche de sueños tardíos
que los barcos ya comienzan a embarcar.
Háblame en susurros y en secretos,
háblame sin pausas, sin rimas, sin acentos,
a través de esta galaxia formidable
donde algún día esparciremos al azar
nuestros fósiles arpegios, háblame
como si la luna escarchada
pudiera oír desde su inmenso bastidor,
desde su ebúrnea atalaya,
el cabrilleo argentino del agua
donde lavamos tantas llagas
como el silencio impune de tus ojos
hizo a mi púnica deidad sangrar.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Tu cuerpo era el único país donde me derrotaban.
Juan Gelman

Todos los poetas viven
en el sueño alborotado de unos ojos
que se arriman
al marfil de su filmar.

Como un aleteo de ronca espuma
emerges
del párpado danzante
                                  de la lluvia
que dibuja círculos
en la niebla pitañosa, y desnuda
te sacudes el élitro furioso
de la tempestad que rezonga
como un polluelo hambriento
y ciego
que acabara de romper
el cascarón.

                       Así te quiero yo,
con la lenta ablución del beso
    que retiene, mudo, su solfa
–aflora el falo a su floresta–
                   y el calor inguinal
que adjetiva nuestros sexos
y separa a pares los océanos
cuando devienen bocana
y crisol, con el labio invertido
de los astros que se anexan
a una luz más temprana que el tiempo
en su botánica de esqueje.

                         ¿Puedes verlo?
Sus raíces, sus ropajes, su rupestre alacridad.
El amor se nos ofrece ahora
como una eucaristía procariota
o un canto melanesio, divino
farallón que el cielo estampa
con el corazón dislocado
                      por las ánimas
y un reflujo de sirenas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.